Vivian Rosa, es una ceramista chilena cuyo arte en gres y porcelana se centra en el diseño asimétrico, el equilibrio y la delgadez. Sus curvilíneas creaciones se destacan tanto en cerámica funcional como escultórica y en cada estante o rincón de su impecable y luminoso taller se admiran las tazas, vasijas y platos que crea mayormente con la técnica del torneado. De mañana, el aroma a café recién hecho es casi un sentimiento. Ella asegura distinguir además el olor a la porcelana y nos confiesa que “Soy adicta a mi taller y su olor me anticipa un día pleno” Junto a Vivian, entre sus fórmulas para alta temperatura, preparacines con dolomitas, engobes y pastas de colores descubrimos el por que de su obsesión por llevar sus obras al límite de su forma. “Mi taller tiene una gran ventana que da al jardín de mi casa. Mientras trabajo veo el Molle (un árbol de pimiento) que lo cobija del sol de verano junto a grandes helechos. Más allá, las hortensias me recuerdan los bosques y jardines de mi niñez en el sur de Chile. También hay un bebedero para los pajaritos. Desde que tengo el taller me he vuelto una observadora de aves y junto a los manuales de cerámica tengo una guía de aves de Santiago. Esa vista hacia el jardín es primordial, pues necesito ver verde; incluso mi casa está pintada de verde. Sólo falta mi perrita Simona, que se echaba frente a la puerta del taller para vigilar el portón. Adentro huele a pastas. De mañana, nada más entro al taller, respiro profundamente, porque me encanta su olor. Algunas pastas huelen más que otras. La porcelana, por ejemplo, despide un olor picante, muy fuerte. No vayas a pensar que soy adicta a los olores químicos. Bueno, tal vez un poquito. Pero porque soy adicta a mi taller y su olor me anticipa un día pleno, haciendo lo que me gusta. Sólo necesito mi torno y mi horno para poner mi corazón contento. El torno que me permite dar forma a esa pieza que ronda mi cabeza, muchas veces quitándome el sueño, y el horno del cual saldrá esa pieza, quizás tal cual la imaginé, o quizás no, pero que, para bien o para mal, seguro me sorprenderá.”

 
¿Siempre fuiste buena para crear con las manos?

En mi familia todas las mujeres por el lado materno fueron y son virtuosas con las manos. Mi bisabuela bordaba que era una maravilla, mi abuela aprendió a tejer a los cinco años y hasta los tejidos más elaborados los hacía de memoria, mientras leía un libro o veía televisión. Mi madre, aun hoy y con sus manos deformes por la artritis, hace bellas manualidades. Poco tiempo atrás incluso aprendió a hacer Origami. Mi hermana es una talentosa dibujante. Todas habilidosas, menos yo. En la básica, en todos los ramos tenía sobre seis, menos en Manualidades, en que tenía un cuatro pelado. Imaginarás como aplaudí el día que ya no tuve más ese ramo. Por lo tanto, aunque ya se han cumplido catorce años desde que me senté por primera vez en el torno, me sigue sorprendiendo lo que mis manos pueden hacer con la pasta cerámica. Siempre las consideré demasiado grandes, poco femeninas, y torpes con los detalles. Ahora su tamaño ha resultado ser una ventaja a la hora de modelar y tornear, y pueden sostener y trabajar con delicadeza delgadas piezas de porcelana sin romperlas. La cerámica le dio una vuelta de tuerca a mi vida. Aparte de sacarme de mi encierro me permitió descubrir que me gusta diseñar. Después de tornear una pieza que, obviamente, resulta muy re-don-di-ta, la llevo al mesón y le corto por aquí y le agrego por allá, y, poniendo y sacando, veo si funciona tanto desde el punto de vista estético como utilitario. Estos días he estado trabajando en un proyecto nuevo y he disfrutado mucho el proceso de diseño y preparación, pues son piezas que han estado rondando mi cabeza hace ya un tiempo y no había encontrado el modo de construir el molde. Como siempre sucede que estás buscando una cosa y encuentras otra, en esta ocasión llegó a mis manos de la manera menos esperada el material perfecto para jugar y experimentar. ¡Estaba tan contenta!

"No hay que enamorarse de la obra, sino del proceso.”
 
¿A qué te dedicabas antes de ser ceramista?

En aquel entonces mis planes eran volver a la universidad. Quería hacer una licenciatura en humanidades, pero por razones familiares no pude postular ese año, que fue muy duro, porque fallecieron dos personas muy queridas. Un tiempo triste que me motivó a buscar una actividad que me distrajera y decidí buscar alguna completamente diferente a cuanto conocía. Recordé el taller de Lise Moller, donde alguna vez había ido a comprar un regalo de matrimonio, y donde me había dicho: “hacer esto debe ser fascinante”. Supe que Lise hacía clases y aunque ya era diciembre fui a inscribirme en uno de sus cursos. Lo que partió como una afición una vez por semana, para salir de las cuatro paredes sin ventanas, donde llevaba años trabajando como traductora, pronto aumentó a dos. Luego tomé clases de dibujo con Javiera Moreira, gran grabadora. Tuvo que enseñarme desde tomar el lápiz. Al poco tiempo me inscribí en el taller del escultor Carlos Fernández para aprender técnicas escultóricas. Dos años después ya estaba construyendo mi taller, decidida a dedicarme a la cerámica y ser feliz para siempre.

 
Decías que hace catorce años te sentaste por primera vez a tornear ¿Qué recuerdas de ese día?

No fue hasta un año después de hacer cerámica modelada que pude sentarme al torno. Y no porque no quisiera, todo lo contrario, desde el primer día de clases quería probarlo. Cada vez que veía a alguien trabajando en el torno, me quedaba pegada mirándola. Poder levantar desde un sencillo pocillo hasta una vasija alta y elegante a partir de un trozo de pasta sin forma me parecía casi mágico. Todo eso con el torno girando a una velocidad nada despreciable. Peleándole a la fuerza centrífuga. Pero me decían que primero debía familiarizarme con la pasta y las técnicas de construcción manual antes de intentar con el torno. Así que el día en que amasé mi primera bolita y traté de centrarla sentí que había entrado en otra dimensión. Me transportó a otras épocas. Debo reconocer que despierta en mí muchas sensaciones atávicas, como cuando nos ponemos a mirar el fuego y no podemos despegar la vista de él, y nos lleva por caminos y paisajes ancestrales. Bueno, eso no es raro, hacemos cerámica desde los albores de la humanidad. También me atrae el hecho que requiera de concentración y equilibrio. Para centrar la pasta -me dijo una amiga una vez- tienes primero que estar centrada tú. Hay quienes piensan que el torneado por ser repetitivo es poco creativo. No opino igual. Al principio es como aprender a tocar un instrumento musical. Recuerdo que cuando aprendí a tocar guitarra me pasaba horas subiendo y bajando por las escalas de notas, saltando de acorde en acorde, tratando de no perder el ritmo. Lo mismo sucede con el torno; requiere práctica y disciplina para llegar a dominarlo. Una vez lograda la técnica, ya puedes interpretar, hacer variaciones, improvisar. Por lo demás, aunque intentes hacer cien piezas iguales, ninguna lo será. El más mínimo cambio en la presión de los dedos, la posición de la mano, la inclinación de tu cuerpo, cuan concentrada estés, todo eso dejará una marca distintiva en cada pieza.


¿Porqué tu obsesión por llevar tus piezas al límite de su forma?

Bueno, las líneas puras, las curvas limpias requieren perfección. Muchas veces he intentado chasconearme un poco, pero no me resulta. Me refiero a trabajar la pasta de manera más tosca, con un acabado menos prolijo, que muchos ceramistas resuelven muy bien. Yo no puedo. Lo que sí estoy buscando actualmente es darle más movimiento a mis piezas. Al trabajar la porcelana muy delgada en el torno descubrí que me gustaba el resultado cuando dejaba la huella de mi mano al subir en espiral, o torcía un poco la pieza rompiendo la simetría. De alguna manera le da un aspecto más blando o menos trabajado. Pero independientemente del acabado, el resultado que busco es que la pieza exprese paz y equilibrio.

 
Nunca es fácil tornear una pieza tan delgada ¿Sientes miedo siempre de que se puedan romper?

Ya no. Los primeros años, claro, uno no arriesga mucho y sigue al pie de la letra las instrucciones para poder llevar a casa esa pieza que es todo tu orgullo y mostrársela a todos los que la quieran ver y a los que no les interesa también. Pero después, sola en el taller, sin que nadie te vea o diga algo, ya te entran ganas de probar con la delgadez o el equilibrio y empiezas a llevar la forma o el material al límite. Y puede que tengas la suerte del principiante y te resulte. ¡Es puuuuura adrenalina! Entonces vas por más y, por ejemplo, comienzas a raspar y raspar para adelgazar la pieza hasta que, de tan delgada. A una vasija se le hizo un hoyito. ¡Ay, y estaba quedando tan bonita, y livianita también! Ahí te lamentas un rato y te retas también. Pero es bueno hacer estos ejercicios. Se aprende el desapego. Como dicen: “No hay que enamorarse de la obra, sino del proceso”. Reconozco que no es fácil el desapego. Pero en cerámica una pieza fallida y el tiempo que le destinaste es puro aprendizaje. Además, cuando me pillo rabiando por algo que no resultó, me recuerdo a mí misma que hago cerámica porque me gusta y que el objetivo es disfrutarla. Al día siguiente, vuelvo a intentarlo, con la ventaja que ya estoy conociendo el límite y, entonces, trataré de detenerme un poquito antes del desastre. Eso espero.

 
¿Cómo es experimentar con las fórmulas para colorear las pastas?

Hace años, cuando recién comenzaba, leí sobre obras de Jennifer Lee, ceramistas inglesa, y me gustó su trabajo de incrustación de pastas coloreadas. Sus piezas son muy simples y llevan incrustaciones muy sutiles de pastas de colores. Cuando construí mi taller experimenté con la adición de óxidos colorantes a las pastas. Aún conservo los primeros pocillos que hice. Pero no volví a las pastas coloreadas hasta años más tarde cuando quise modelar piezas grandes sin tener la necesidad de esmaltarlas. En mi taller solo esmalto por inmersión o chorreando, algo muy complicado cuando se trata de volúmenes mayores. Entretanto, hace unos años también, asistí a un curso de formulación de pastas en el Taller Villaseca con Francisco Leal. Recuerdo que le propuse como objetivo desarrollar una pasta negra y de acabado satinado, porque la que compraba tiene un aspecto seco que no me gusta para piezas utilitarias o decorativas. Muchos lulos derretidos, otros llenos de cráteres, salieron de mi horno. El curso terminó, porque era un seminario corto, pero seguí experimentando hasta que logré una linda y suave pasta no negra, sino café moro. Pero el color no importaba, para ajustarlo solo basta agregar más óxidos. Lo importante era que no se desplomara porque no lleva chamota. De ese experimento hice un pocillo, que regalé a Francisco, y un cuenco más grande con grandes burbujones porque se pasó el punto de maduración de la pasta. Lo conservo en una repisa junto a otros prototipos, y todavía guardo un par de bloques de pasta seca por ahí. Más adelante, agregando o quitando óxidos empecé a formular pastas rojas, verdes, azules. Fue una época en que estudié y experimenté muchísimo. De hecho, hace un tiempo atrás, ordenando el patio, encontré una caja cuyo contenido había olvidado. Al abrirla descubrí una serie de potes con chamotas de colores, clasificadas en distintas granulometrías. Pero en aquel tiempo sólo hacía cerámica utilitaria o decorativa y sentía que esas pastas no eran las más apropiadas, por lo que quedaron relegadas al patio trasero de mi casa. No fue hasta años después, cuando empecé a incursionar en la escultura, que les encontré una aplicación. Ahora, por razones de espacio y salud, ya no preparo mis propias pasta, pero sí modifico las que compro.

 
¿Cómo resuelves la parte técnica en tus formas escultóricas?

Cuando recién comencé a hacer escultura era tal la ansiedad por ver terminada la forma que había diseñado, que no planificaba mucho el cómo construir, sino que iba resolviendo los problemas en el camino. La mayoría de las veces tuve suerte y me resultaron. Otras, debí reconstruir lo que se desplomó durante la noche, porque la pasta no resistió el peso o un cambio drástico en la dirección de la curva. Pero la parte más arriesgada del proceso es cuando entran a horno. La pasta se ablanda y la pieza puede desplomarse durante la quema. He tenido algunos percances, pero nada grave. Lo importante es no dañar el horno. La pieza se puede hacer de nuevo. Hoy planifico más para ayudarme en el proceso de construcción. Permite ahorrar mucho tiempo corrigiendo o remodelando. Los seminarios de cerámica a los que he asistido me han servido mucho para aprender técnicas y trucos tanto en el modelado como en el torno.

 
¿Te da lo mismo si el horno es eléctrico o a gas para probar las mezclas?

Claro que no. En primer lugar porque el horno a gas donde quemo no es mío. Es del Taller Huara Huara. Como te conté, aprendí a punta de cincel martillo que uno no experimenta en hornos ajenos. Y si lo va a hacer, avisa y toma precauciones. Además, los procesos y resultados son muy distintos. Eso me gusta mucho y en mi línea utilitaria combino piezas de ambas quemas. En escultura he trabajado sólo con el horno eléctrico. Muchas de mis piezas juegan en el límite con la curvatura, algunas incluso son perforadas, o son muy delgadas y huecas, por lo que el riesgo lo corro sólo en mi horno, donde, además, soy yo quien controla la quema.

 
¿Compartes esta pasión con tus hijas?

Con mi hija mayor Pamela. Ella es arquitecto y diseñó mi taller. La primera vez que me vio torneando exclamó: “Yo también quiero hacer eso, mamá. ¡Enséñame!” Fue mi primera alumna, y es entusiasta y talentosa. Siempre dice que le encantaría dedicarse a la cerámica tiempo completo. De a poco empezó a invitar a amigas y así fue como se formó el grupo de seis alumnas que viene todos los lunes en la tarde y que entre risas, a veces también lágrimas, confidencias y consejos, vino y picoteo que les lleva Felipe, mi marido, comparten y disfrutan de este quehacer. También mis nietos me acompañan a veces en el taller.


"Independientemente del acabado, el resultado que busco es que la pieza exprese paz y equilibrio.”
 
¿Tienes una pieza favorita?

Sí, tengo un par de piezas favoritas y lo que las hace especiales es que fueron rescatadas del balde de reciclaje. Entre ellas un cuenco que al momento del cortar el borde, pisé sin querer el pedal a fondo y se deformó. Mi trabajo es bien preciso, de líneas limpias. Pero algo me gustó en su deformidad y lo conservé. "Por último", me dije, "me sirve para probar alguna combinación nueva de esmaltes". Eso hice y me gustó mucho el resultado. Un cuenco con mucho movimiento el cual quise repetir. De él nació una serie de vasijas redondas asimétricas. Otras piezas que conservo en mi colección son sencillos cuencos en los que experimenté con combinaciones de esmaltes, y que por razones de tiempo y temperatura tuvieron un resultado único e irrepetible.

 
¿Qué tiene la porcelana que no tiene el gres?

Me encanta su suavidad, lo gentil que es con las manos, y como te permite trabajarla una y otra vez, curvarla y llevarla hasta la delgadez del papel. Pero no tengo preferencias. Generalmente, primero está la idea o el diseño, y estos condicionan la pasta que usaré. Además, me gusta mucho combinar piezas. Esa es la parte que más me entretiene al armar lo que ofreceré en La Mesa Larga (Venta tradicional del Taller Huara Huara). Me siento en el suelo y despliego todo lo que tengo, tanto de quema a gas como eléctrica, gres y porcelana, y empiezo a jugar. La diversión se acaba cuando hay que poner precios y armar la ficha.

 
Nunca le haz puesto precio a tus esculturas. ¿Te cuesta desprenderte de ellas?

Debo reconocer que aprender a desprenderme de mis piezas fue un proceso largo y complejo. Recuerdo que cuando regalé mis primeras piezas sentí como si estuviera regalando hijos. Entonces, sólo fui capaz de regalarlas a mi madre o a mis hijas, o alguien muy cercano. Imaginarás lo que fue comenzar a venderlas. Aparte de eso estaba el pudor. Al ofrecer una pieza hecha por mí me sentía muy expuesta. Aún hoy sólo regalo a quienes sé que aprecian la cerámica, o de alguna manera han expresado su gusto por alguna pieza hecha por mí. De mis esculturas no he puesto a la venta ninguna. No sé ponerles precio. Por el momento las guardo en mi casa. Tal vez serán el legado que deje a mis hijas.

 
¿Cómo es abrir el horno cuando estas probando nuevas fórmulas en esmaltes y pastas?

Llevo más de diez años abriendo mi horno y todavía no logro manejar la ansiedad. Se hace eterna la espera a que esté a una temperatura que ya te permita abrir un poco la puerta para enfriarlo más rápido. Si estoy en el taller, no puedo evitar ir a cada rato a mirar el indicador de temperatura. A veces hasta prefiero el tener que salir a alguna diligencia y olvidar que “recién va en los cuatrocientos y tantos grados y faltan muuuuuchas horas”. Hace poco fui a una fiesta de matrimonio y no alcancé a abrir el horno antes de partir. ¿Adivina qué hice a mi regreso a eso de las tres de la mañana?

 
¿Y la frustración si algo no funciono?

Reconozco que muchas veces manejar la frustración en un oficio que me era tan nuevo y desconocido no fue nada fácil. Pero soy obsesiva y no me rindo. También recuerdo que entre tantas muestras fallidas, solo bastaba una para que nos sintiéramos compensadas. Con los años se aprende que hay que tener paciencia y tesón. La química de esmaltes y pastas es un tema árido, que requiere mucho rigor y es un proceso lento. Harto menos entretenido que modelar o tornear. Pero cuando logras un esmalte bonito es como tener un hijo, se te olvidan los achaques del embarazo y los dolores del parto. Lo único que me frustra muchísimo es tener un problema con el horno, que tenga un desperfecto, o que se haya cortado la luz en la noche durante la quema, o que alguna pieza de mis alumnas haya resultado mal por esos motivos. Si la pieza fallida es mía, trato de verlo como una posibilidad de experimentar, rehorneando, volviendo a esmaltarla con otros esmaltes. La mayoría de las veces el resultado te sorprende y te enseña algo más. Ahora bien, cuando insisto tanto en la importancia de la experimentación, hay que tener claro que primero hay que estudiar harto para saber lo que se está haciendo, porque esto es química, y los desastres pueden ser de tamaño mayor. Hace poco me sucedió un pequeño percance. Conseguí, por fin, colemanita, para preparar una fórmula que hacía tiempo quería probar. Pero al abrir el horno vi la cosa más curiosa. Alrededor de la muestra la bandeja estaba toda salpicada con gotitas del esmalte. No era que el esmalte hubiera chorreado sino que más bien chisporroteado. ¿Era agua? Claro, hacía tanto tiempo que había leído sobre la colemanita que no recordaba que debe ser calcinada para quitarle el agua antes de introducirla en un esmalte. En fin, este es un maravilloso oficio, pero requiere de quemarse los dedos y también, como se decía antiguamente, las pestañas. Así es que muchas veces en mi velador verás un manual de cerámica.

 
¿De que manera ha influido en ti asistir a otros talleres?

Al taller HuaraHuara ingresé en el año 2009. Antes de eso había participado en un par de seminarios dictados ahí. En primer lugar ha sido fundamental para evitar que vuelva a encerrarme en mi taller. Es una tendencia natural, porque, como dije, necesito la soledad y el silencio para trabajar. Me cuesta concentrarme cuando hay mucha gente. Somos hartos, pero esa es precisamente una de sus ventajas. La gran diversidad de enfoques, motivaciones, gustos, experiencias, habilidades y talentos que en él encuentro me ha permitido abrir mi mente y analizar, aceptar y apreciar esa diversidad. Y en ese proceso aprendí a conocerme y a sentirme apreciada por lo que aportaba Esa fue una tremenda plataforma para arriesgarme y buscar nuevas formas de expresarme. Fue allí donde me atreví a incursionar en la escultura. Ha sido también muy enriquecedor desde el punto de vista humano. Ahí se respira el amor por la cerámica, y se aprende la necesidad de contar con la colaboración de muchos para realizar las distintas actividades del taller, inspiradas y lideradas por Ruth Krauskopf. Es una experiencia única. Se comparte no sólo el conocimiento, también la amistad y la rica comida, el maridaje perfecto para la cerámica.

¿Dónde encuentras inspiración y motivación?

En la cerámica estoy siempre interesada porque el tema me chifla y quiero trabajar todos los días. Nunca me cansa, salvo físicamente, claro. Es tan entretenida porque puedo ir variando mis actividades. Un tiempo puedo dedicarlo a la escultura, que me demanda más fuerza y resistencia, más reflexión y preparación. Pero si un día cualquiera no quiero o no tengo tiempo suficiente para trabajar en ello, puedo ir al torno y hacer algo más simple, más descansado. O puede que otro día me levante con ganas de probar una nueva fórmula de esmalte. En cuanto a la inspiración o motivación, creo que por el hecho de haber conocido la cerámica en la edad madura, desde un principio sentí la necesidad de avanzar rápido, por lo que estoy continuamente pendiente de ir hacia algo nuevo, a explorar técnicas distintas. Y al aprender la técnica, se conoce el oficio, porque, en mi opinión, es necesario dominar el material que se está utilizando, y en ese proceso se inicia también la búsqueda en nuestro interior de aquello que nos motiva, de nuestras limitaciones y de cuanto estamos dispuestos a trabajar. En esta búsqueda es importante la reflexión, para ir tomando decisiones Por otro lado, la mejor enseñanza que he recibido de profesores de arte y cerámica es la observación del entorno, de la naturaleza y de las cosas. Porque, por ejemplo, para aprender a dibujar primero hay que aprender a mirar. Más tarde, en el proceso creativo, hay que ir más allá. Hay que ir a la observación consciente de las cosas. Reflexionar sobre lo que nos llama la atención en ellas. Qué nos gusta y qué no, y por qué. Cuando hice el curso de dibujo me gustó dibujar con carboncillo, por ende, debía fijarme en el sombreado, lo que, a su vez, me llevó a fijarme en las sombras de las cosas. Desde entonces me gusta mucho observar las sombras. Dependiendo de la dirección de la luz las sombras muestran una silueta deformada o sintetizada de las cosas. El volumen es proyectado en dos dimensiones. Me entretengo mucho con eso. Y después hago el ejercicio al revés. Nada más veo una silueta interesante la imagino como escultura. Mi escultura es abstracta. También me motiva observar las curvas. Recuerdo que cuando niña al viajar en tren o auto me entretenía siguiendo la trayectoria de los cables de alta tensión. En esas curvas puedes ver el peso, lo que me permitía realizar un juego metal. Imaginaba que hacía correr una bola por el cable, y cómo ésta tomaba velocidad a medida que bajaba hasta llegar a su punto más bajo, para luego volver a subir. ¿La velocidad alcanzada sería suficiente para llegar a la siguiente torre de tensión? me preguntaba. En ese entonces no había mucho con qué entretenerse durante los viajes entre Santiago y Puerto Varas. Ahora sé que esas curvas se llaman catenarias y son curvas muy lindas. En general, la inspiración me llega principalmente trabajando y estar muchos días fuera del taller me desconecta del trabajo creativo. Al volver tengo que darme un tiempo para reconectarme. Ese tiempo lo aprovecho limpiando, ordenando y reciclando. Me gusta comenzar el día o un nuevo proyecto con el taller ordenado, así se ordenan las ideas y hay espacio para trabajar. Además como trabajo con muchos tipos de pasta es necesaria la limpieza para evitar la contaminación cruzada.

 
¿Y cuándo harás tu primera exposición individual?

Por el momento, mientras exploro estos nuevos rumbos, parece que prefiero ir acompañada y participar en colectivas. Las exposiciones Cobre y Barro, la Mesa Larga y las exposiciones de Esteka me gustan por su carácter colectivo. Ahí estamos todos bogando por todos. Si bien para crear necesito el espacio y el silencio de mi taller, a la hora de ofrecer o mostrar mi trabajo me resulta mucho más entretenido y enriquecedor hacerlo con mis amigas y amigos ceramistas.

 
¿Cuál es el secreto para aprender a perder el miedo a mezclar y experimentar?

Desde un principio me gustó experimentar, mezclar pastas, combinar esmaltes. Puedes preguntarle a Lise, quien en una ocasión me esperó con cincel y martillo en mano para que despegara las piezas pegadas a las bandejas. Sabemos que en la cerámica hay mucho de ensayo y error. Hay una teoría química, manuales y recetarios, cursos, maestros de quienes aprender técnicas, pero cuando te enfrentas a tu propio horno, a desarrollar tus pastas y esmaltes, ninguna receta aprendida o desarrollada en clases te va a servir en un cien por ciento. Es más, puede que tengas que desecharlas todas y empezar de cero. No hay ningún horno igual a otro. Aunque sean eléctricos y construidos por la misma persona. Eso me pasó. Por problemas de suministro y cableado mi horno a partir de cono 6 se ponía lento, no llegaba nunca a la temperatura final o se tardaba demasiado. Entonces hubo que buscar una fórmula que madurara según el comportamiento del horno. Recuerdo que en aquellos años mis amigas y socias me decían “la bruja” mientras batía los esmaltes y les agregaba un tanto por ciento de óxidos, un puñado de intuición y un cucharón de suerte, entre conjuros, oraciones y cábalas. Aun hoy cierro el horno y le digo: ¡sorpréndeme! Y muchas veces lo ha hecho. Como cuando por fin nos salió el esmalte turquesa a base de óxido de cobre. Probamos tantas fórmulas, por tanto tiempo, sin resultado, que pensé que por las características del horno no lo lograríamos y dejé de insistir. Hasta que un día abro el horno y ¡ahí estaba! ¿Cómo sucedió? Simplemente había combinado dos esmaltes, uno correspondía a un esmalte que ya funcionaba bien y el otro llevaba óxido de cobre pero que por sí solo no había resultado. Hace un par de años mandé a hacer un horno nuevo y cambié el cableado eléctrico. ¿Adivina qué pasó con mis esmaltes? Pero todo me ha servido para desarrollar mi propia voz. Experimentando, corriendo riesgos, equivocándome una y otra vez y, lo mejor de todo, jugando.

 

Por Lila Vera. Fotos: Qemantica y gentileza de la artista.